domingo, 17 de septiembre de 2017

Cuidar al cuidador.





Personas cuidando a personas. Normalmente la gente pregunta por el dependiente, el enfermo, el bebé, la abuelita, el viejecito. ¿Y cómo está tu madre?, ¿Y a tu esposa enferma cómo le va?, ¿Y el bebé come y duerme bien?...y así siempre, preguntamos y enviamos los mejores deseos a aquél que nos parece más débil, pero, ¿Qué pasa con la persona cuidadora?, ¿Qué siente ese ser que ahora ha tenido que dejar de lado sus propios intereses para dedicar gran parte de su tiempo a ese otro ser que le necesita?. 

Pues pasa que se siente muy solo, que aparte de en muchos casos, estar recibiendo la ingratitud de quién no se da cuenta de su sacrificio, pues las personas salvo excepciones muy loables, cuando nos debilitamos tendemos a pensar solo en nosotros mismos, tampoco encuentra consuelo en las personas que le rodean. A no ser que se queje, entonces le tendrán pena y además muchos tratarán de evitarla para no oírla. Difícil situación.

Las personas en general, recibimos pocos halagos, pocas gratitudes. ¿Cuántas veces le decimos al profesor o profesora lo feliz que es nuestro hijo en su clase?, o al médico lo bien que nos hemos repuesto con sus prescripciones?, a los hijos lo orgullosos que estamos de ellos, a la pareja cómo nos alegra convivir con ella, a nuestros padres lo bien que lo han hecho, ¿Cuántas veces abrazamos realmente?, es más, apostaría que si llego a una reunión de amigos y doy un abrazo como es debido, más de uno se sentiría incómodo, haz la prueba.

Pero, qué pronto nos sale el exabrupto, la queja, la crítica, a la menor ocasión solemos saltar a defendernos de lo que creemos una falta hacia nuestra persona, a corregir al otro de lo que interpretamos como un fallo. Y así pasan los días, los meses, los años, la vida.

Hagamos un balance de los estímulos positivos y negativos que estamos recibiendo diariamente, incluyamos los noticiarios si los vemos, las redes sociales y todo el malestar que nosotros percibimos, pongámosle un número a cada situación y sumemos. Ahora hacemos lo mismo con las situaciones agradables, los halagos que hemos recibido, las muestras de cariño, de gratitud, de amor, los abrazos, los besos sentidos. Sumamos y hacemos la resta. Con sinceridad ¿Qué ha ganado?. Sin han sido los estímulos amorosos nos podemos felicitar.

Volviendo al principio, los cuidadores necesitan el doble de halagos y consideración, son personas que dedican su tiempo a los otros, olvidándose de sí mismas, renunciando conscientemente a su tiempo, con todo lo que ello conlleva. No digo que renuncien a su libertad, pues creo que uno siempre decide desde ella, pero la solidaridad y la dulzura que se les pueda transmitir nunca será demasiada.

lunes, 11 de septiembre de 2017

¿Dónde empieza la educación?



Hoy vengo con un debate que espero no salten chispas pues nada más lejos de mi intención, aunque imagino que muchos lo considerarán  "Políticamente incorrecto" lo que pretendo es que sea de diálogo y comprensión. Expuesto lo anterior comienzo.

Soy mujer y pienso que disfruto de privilegios que vienen dados precisamente por mi género, a saber, puedo, si quiero engendrar hijos o no, lo mismo pasa con su amamantamiento, puedo sentir lo que es parir, ser la cuna primera de ese ser al llegar a este mundo, su alimento y su consuelo, sentir uno de los amores más desinteresados y generosos que un ser humano pueda sentir por otro. Puedo elegir no ser madre y dedicarme a la profesión que yo prefiera, dedicar toda mi vida a esa meta, esa profesión la puedo llevar a ser mi modo de vida. Pero, ¿Qué pasaría si decido, desde mi libertad, quedarme en casa y cuidar de mi familia?. ¿No es tan lícito esto como decidir seguir con mi profesión de abogada, maestra, peluquera o cualquiera que sea?.


Si es mi elección ¿A quién le importa?. Hemos llegado a un punto de inflexión tal que la mujer que decide hacer una pausa para cuidar y experimentar ese sentimiento, parece que está cometiendo un delito. ¿No estaremos exagerando?. En muchos casos, se llega al absurdo de simplemente salir a cobrar un sueldo que equivale a lo que se gasta en el cuidado ¿Cuidado? de los hijos. Esto sin mencionar la importancia que tiene el esmero y la atención que se merecen, son nuestros hijos, su cuidado y atención  deberían ser a cargo de la madre o el padre los primeros años, pero no, parece ser que una vez conseguido este otro hito que es tener un hijo, (A veces hasta por métodos artificiales), elegir ganar dinero es la mejor opción, siempre hay abuelos cansados ya de criar a sus propios hijos que dirán que no les importa cuidar a sus nietos con tal de que sus hijos ganen más dinero y sean considerados socialmente, y esto, en el mejor de los casos, que aunque los abuelos estén cansados siempre será mejor que una guardería a los cuatro meses...

No estoy refiriéndome aquí a casos de extrema necesidad, que desgraciadamente los hay. A lo que me refiero es a los que si se lo propusieran, renunciando a algunos lujos superfluos podrían cambiar ese malestar que produce levantar a tu bebé de madrugada para llevarle a que lo cuiden otros, recogerlo tarde para llevarlo de nuevo a casa con prisas, sin tiempo para dedicarle, entre otras cosas porque el móvil sigue enviándonos  mensajes de trabajo que por supuesto no podemos ignorar por esos niños. 

Contemplando ese desconsuelo diariamente. Y todo ello por unas vacaciones caras de cinco días al año, un coche nuevo, bolsos, zapatos, perfumes, fiestas, reuniones y aparentar que todo va muy bien.

A lo mejor tendríamos que replantearnos si no empieza por aquí la decadencia de esta sociedad entregada a la inconsciencia, al vivir sin sentido, como autómatas, haciendo lo que creemos que es lo que se espera que hagamos y no, lo que realmente sentimos que deberíamos hacer.






domingo, 3 de septiembre de 2017

Volver...




















Solo así quería recordarle, volando aquella cometa que él había confeccionado con 
sus propias manos, con unas maderitas cruzadas y papel de seda azul y amarillo, o enseñándole la hora en el reloj Cauny que le había regalado a los ocho años, cuando hizo su primera comunión. 

Su mirada se perdía en aquélla bola de cristal con la casita y el pino donde nevaba cuando ella le daba la vuelta para darle cuerda y oír la bonita música, él le había contado que aunque la había comprado en el Centro, en la calle Corrientes, aquella bola venía de Suiza, un país muy adelantado, donde la gente no tiraba los papeles al suelo en la calle, sino en papeleras o se los llevaban a su casa, pero no dejaban basura en la calle porque estaba prohibido. Ella escuchaba sus historias con mucha atención, pensaba que él sabía de todo, sabía que si él estaba junto a ella nada podría pasarle.

O aquéllas excursiones, con todos los primos, cuando simulaba que se había perdido y los hacía gritar para oír el eco. ¡Cómo miraban los niños su cara cuando se dirigía a un pastor para preguntarle por qué camino habríamos de ir para volver al pueblo ¡Qué maravillosas aventuras!

Se preguntaba qué pensaría él hoy en día si resucitara y supiera que a su vieja hija solo le gustaba recordar los buenos momentos, que todavía añoraba aquél tiempo feliz vivido con él, aquel tiempo tan lejano ya y tan roto por acontecimientos posteriores, sin embargo, a pesar de todos los sinsabores, ahora le recordaba feliz.