Apenas 25 años, sola, con su bebé clamando por la vida dentro de ella. Cogió el teléfono y llamó, al otro lado una voz masculina un poco cantarina, le daba una cita para optar por el trabajo de traductora que la llevaría lejos de todo lo conocido, el trabajo que le permitiría tener a su bebé sin que los cotilleos le alcanzaran. Eran malos tiempos para una madre soltera.
Cuando la puerta se abrió, apareció Leo, un hombre mayor para ella, con una sonrisa abierta y gentil. Él la miró estupefacto, le gustó desde el primer momento, no era para menos, Alina era una mujer bella, su embarazo, apenas perceptible, le había añadido una vulnerabilidad a la que era difícil resistirse, si a ello añadíamos su casi desesperada situación, ante él apareció como la princesa que había que rescatar de las fauces de un monstruo.
El empleo fue para ella. Aparte del sueldo, se le facilitaba apartamento y prácticamente manutención, ya que aquel millonario la necesitaba continuamente en sus diversas visitas a abogados, notarios y demás burocracias necesarias para su situación, que no era otra que establecerse lejos de sus empresas y empezar una nueva vida después de haber sido víctima de un amago de infarto debido a su mucho estrés.
En uno de los almuerzos él fue directo al grano, le dijo que quería ocuparse de todo lo concerniente a ella, que se estaba enamorando y creía que podrían tener una buena vida en común junto con el bebé. Al principio a Alina no le pareció mal la idea, aunque no estaba enamorada de Leo, sí que le parecía atractivo en muchos aspectos, el principal era su desahogo económico, ( No le gustaba engañarse a sí misma).
Aquella relación fue prosperando especialmente en lo que al trabajo se refería, ella le ayudó muchísimo en el desarrollo de sus planes, trabajando con ahínco para conseguir objetivos. Él compró un restaurante y una discoteca que dieron gran auge a aquel pueblecito hasta entonces bastante aburrido, ella se implicaba en todo como si de sus propios negocios se tratara.
Dió a luz a su hija y él le regaló el anillo de brillantes más fabuloso que había visto en su vida. Cuando volvió a casa de la clínica, tuvo la agradable sorpresa de encontrar que también se había preocupado de conseguir una joven que la ayudaría con la pequeña. Todo aquello hubiera sido maravilloso y podría haberlo aceptado si no hubiera sido por el descubrimiento de la debilidad de Leo por las mujeres.
Trató de convencerse a sí misma de que no podía darle la importancia que le daba si ni siquiera estaba enamorada de él, que para ella y su hija aquella situación era una ventaja frente a lo que significaría dejarlo todo y volver a empezar desde cero, sola. Pero su dignidad pudo más, se armó de valor y un buen día, hizo las maletas y con su hija de seis meses partió en busca de la vida que ella pensó que se merecía.
En una palabra, tomó una decisión, lo que vendría después son otras historias, pero vivir en contra de sí misma era algo que no estaba dispuesta a aceptar. Al marcharse sintió una especie de liberación, un sentimiento difícil de transmitir, un estado de ánimo que la hacía volver a ser la mujer libre que siempre había sido, capaz de enfrentarse a cualquier vicisitud. Un retorno a la plenitud personal que valía la pena.