viernes, 29 de marzo de 2019

Aquel que mira afuera, sueña. Quien mira su interior, despierta. C. Jung



Asistió a un taller de Mindfulness guiada por sus ya experimentadas incursiones en dicho tema a través de la práctica de yoga. Fue como una aclaración que le llegó como por arte de magia. ¡Cada vez estaba más convencida de lo interesante de esa práctica, de lo esclarecedor que llega a ser tomar un ratito de cada día para adentrarte en tu ser, para ver pasar tus pensamientos , sin juzgar, sin corregir, solo observarlos y dejarlos ir... consciencia de sí mismo.

Una forma de descubrirse a sí mismo, de repente ves lo que no habías sabido en años, emociones retenidas, que al ser tan duras las reprimes y las sigues guardando creando un peso innecesario que hace que no puedas volar, ser libre, que influyen en tu vida y en la de los que te rodean. Emociones encerradas por miedo a enfrentarlas que van apareciendo a medida que haces espacio para conocerte mejor.

Esperar ese día de completa paz y bienestar que llegaría sin duda alguna después de hacer de la meditación un hábito, el tiempo de aceptación y de sabiduría, un estado de serenidad resultado de reconocer las diferentes emociones por las que atraviesa la vida de cualquier ser humano. ¿Sería posible llegar a tal estado de entendimiento, de tranquilidad y despreocupación?, ¿Cómo es posible que no hayamos aprendido a reconocer nuestras propias emociones?, ¿Porqué y cómo hemos aprendido sin embargo a ocultarlas, a ignorarlas?

O quizá solo le pasa a ella, cuántas equivocaciones, negaciones, cuántas alegrías desperdiciadas por no saber, por no conocerse, cuántos pensamientos equivocados que llevaron a decisiones igualmente erróneas por no esperar, por no tener paciencia para aceptar, para observar su interior. Actuar por inercia, normalmente es lo que se hace, claro, ya sabemos lo que tenemos que hacer, pero, realmente, ¿Nos hemos preguntado si es lo que sentimos?, es más, ¿Nos permitimos sentir o solo reaccionamos a una situación que nos supera?.


Ahí lo dejo.

sábado, 2 de marzo de 2019

Y ayer bailé.






Bailé porque con esta música no puedo permanecer sentada, porque mi cuerpo ya me responde, porque el agradecimiento a la vida, al mundo que me ha tocado conocer con sus avances, con cirujanos extraordinarios, porque vivo en un país en el que la Sanidad está incluida y llena de profesionales que son los que la mantienen en pie pese a las diversas dificultades que encuentran en el desarrollo de su profesión, bailé por y con ellos y ellas, bailé por mi cuerpo, que es capaz de recuperarse e intentar ser el mismo que era, es capaz de resucitar después de meses de inmovilidad, soledad y de esfuerzos continuos, bailé porque aunque ya sabía que tenía mucha suerte de estar como estaba con mi edad, esta caída física me sigue enseñando que siendo vulnerable física y emocionalmente, soy capaz de levantarme de nuevo, con más fuerza si cabe, con más realidad, con más convicción. 

Bailé también por la familia, por los amigos, por esos amores que continuamente te van regalando y que sientan tan bien especialmente en esas circunstancias, pero también porque los momentos de soledad los llené de distracciones y no caí en tristeza profunda ni en desesperanza, comprobé que los vacíos se pueden llenar de sentimientos positivos, de pensamientos que refuerzan tu día a día.

Por eso bailé ayer, con mi cuerpo y con mi alma.