“Pero lo más grave es que ni siquiera nos vemos a nosotros mismos como tales, sino la envoltura y la apariencia de nosotros mismos, justo aquello que, cuando tengamos claridad y sabiduría, descubriremos que no somos.” Ramiro Calle
¿Porqué no había aprendido a volar?, ¿Porqué siempre había vivido para los demás, dónde había aprendido a vivir de esa manera?, añoraba ser libre de ella misma, de repente, se dio cuenta, se había convertido en una máquina de trabajar, de estar siempre disponible, cantando incluso y feliz...¿Feliz? La verdad es que solo había volado cuando su trabajo de azafata se lo había exigido, pero ni siquiera en aquel tiempo levantó sus pies del suelo.
Recordó cuando hacía muchos años una amiga le regaló aquélla tarjeta, en ella se veía una niña que levitaba con una sonrisa muy amplia en su cara y una frase que decía, "Vuela, para volar solamente tienes que de la tierra tus pies despegar", algo por el estilo. Su amiga que la conocía bien quería indicarle que no fuera tan terrenal, tan ecuánime, tan dedicada y esforzada. Lo agradeció, le hizo gracia, pero no supo cómo hacerlo, ella volaba con sus libros, en sus letras, pero en su realidad jamás había despegado sus pies del suelo.
Sintió una profunda tristeza, siempre había creído que hacía lo correcto, pero ahora dudaba, no era la primera vez que se había sentido atrapada de aquella forma, que sentía el anhelo de marchar, de probar cómo sería esa otra forma de caminar, sin lastre, pero el peor cargamento lo tenía ella en su alma, unas cadenas que estaban cerradas con un candado imposible de abrir. El candado del apego, a las personas y a las cosas. Tenía un arduo trabajo por delante: Desaprender.