viernes, 6 de julio de 2018

El accidente.





Llegó, majestuosa, con aquella mirada dulce acompañando a su bella sonrisa. Berta, casi abalanzándose hacia ella, la increpó, le reprochó su laxitud con respecto a los chicos, claro, por su culpa ahora habían tenido aquel desastroso accidente. Ella la miró sin perder su elegancia y su amabilidad, cálmate, le dijo, estás muy nerviosa. 

Se dirigió a su hija que la miraba de soslayo y con sentimiento de culpabilidad, pues el coche era nuevo, su madre se lo había prestado para pasear con su novio, él acababa de aprobar el Carné de conducir y se la habían pegado, en una bocacalle no había cedido el paso y había chocado primero con otro coche en el cuál viajaban tres chicos, uno de ellos había resultado herido leve, después, con los nervios, el hijo de Berta, se había empotrado contra el muro de la esquina de enfrente.

Ahora, pensaba ella, su madre tendría que acarrear con todas las responsabilidades puesto que el coche era suyo, no estaban económicamente muy boyantes las cuentas de la familia, preocupada, se abalanzó a los brazos de su madre que estaba en ese momento preocupándose por el estado del novio, le dijo que ella dejaría los estudios, que se pondría a trabajar inmediatamente para ayudar a sufragar los gastos que todo aquello supondría. La madre, siempre en calma, la serenó, le dijo que ya se arreglaría todo, que lo más importante era que los dos hubieran salido ilesos y que a los otros chicos tampoco les hubiera pasado nada grave.

Fue una lección moral que nunca olvidaría, su madre le demostró aquel día lo que es entereza, optimismo, bondad, comprensión, elegancia, belleza, generosidad y sobretodo, AMOR. ¡Qué privilegio ser hija de un ser tan excepcional!