Miró la rosa que había colocado en el estuche de la primera fila del avión con melancolía, recordando cómo horas antes, en aquel famoso restaurante él se la había regalado, se estaban terminando aquellos idílicos días en esa isla paradisíaca. Vuelta a la rutina, él le acercó su cabeza, la besó, había en su rostro también cierta amargura.
Eran muy felices desde que se conocían, lo suyo había sido un flechazo, desde el primer momento en que sus miradas se cruzaron supieron que estarían siempre juntos, que sus almas se pertenecían, que los dos eran uno en aquélla unión incontenible de pasión y locura, que no habría nada ni nadie que pudiera separarles.
Durante el vuelo de regreso brindaron por aquella escapada que les había permitido conocerse mejor, estar juntos más tiempo y confirmar que nunca habían experimentado aquélla plenitud, aquel sentimiento de unión de dos seres.