Y la ilusión decreció, lo que parecía inalcanzable y por ello deseable, al realizarse se tornó monotonía, las originalidades se volvieron aburrimiento, la novedad hastío, así el despertar fue duro, la realidad se presentó como grotesca imagen de una desesperación amarga, los días transcurrían sin vida en ellos, el anhelo de lo lejano se iba haciendo cada vez más patente, había caído el velo y el paisaje se mostraba auténtico, árido, sin retoques, vacío y sin luz.
De repente, como un castillo de naipes viniéndose abajo cayeron los proyectos compartidos, las esperanzas forjadas, a un leve suspiro de desavenencia siguieron multitud de reproches, de decepciones hasta ahora calladas, de soledades silenciadas, nostalgias acalladas. La tristeza se coló en el alma y con su frío manto fue haciéndose dueña y señora, las preguntas sin respuestas, las razones sin explicación, una maraña de sentimientos difíciles de dominar.
Cuando el amor se vuelve débil y los recuerdos no pueden compensar el desconsuelo porque ya no sirven, porque todo lo que tuvo importancia en un principio, ya ahora, no importa.
Pero tienes herramientas, esas que te ha enseñado tu vida, las que has aprendido de tus experiencias, las que te darán la llave de la nueva puerta que has de abrir después de haber cerrado la que tendrás que atravesar, con dolor, ese sufrimiento solo es una circunstancia pero no eres tú, tú eres ese ser que caminando crece, que soltando lastre fluye, que escala por montañas escarpadas y navega por mares calmos, sin desfallecer, porque sabe que cada amanecer trae una nueva luz y cada crepúsculo amortigua día a día el dolor ofreciéndonos la oportunidad de empezar de nuevo, más ligeros, más sabios si hemos sabido aprehender lo acontecido, pues la vida es eso, eso que nos va pasando y que parece una broma, una tomadura de pelo a veces, pero no, es el devenir normal de una existencia plena y está ahí, delante de nosotros para que aprendamos, para que crezcamos.
Para que sintamos con fuerza el AHORA.