miércoles, 11 de febrero de 2015

Corazones rotos.






Cada tanto lo hacía, se sentaba en la mesa del comedor verde, aquél de estilo moderno con las patas hacia afuera, años 60, lo había elegido ella, que era muy moderna, les decía - Niños, vengan y siéntense aquí conmigo, vamos a ver el mapa, para que sepan dónde está papá y lo que vamos a recorrer cuando nos vayamos con él- Los niños ya no la creían demasiado, porque esa escena se repetía hacía meses, años, pero se seguían  sentando con ella, porque querían creerla.

Entonces empezaba - Nosotros estamos aquí, ¿Lo ven? son unas islas chiquitísimas muy cerca de África, tendremos que ir en barco, pues con todo lo que nos llevaremos en avión sería imposible, seguro que la mercería pronto la podré traspasar, hoy ha estado un matrimonio hablando conmigo y parece que esta vez va a funcionar, como no funcione, deberá ser que el local tiene una maldición, entonces buscaré a una señora que he oído quita los males y así será más fácil, traspasaremos y nos iremos- Aprendían geografía, eso sí, especialmente rutas entre España y Sudamérica... pero nunca hicieron aquélla ansiada ruta, nunca volvieron a verlo, la distancia pudo más, pudo con él, con el amor, con todo, se impuso como una losa pesada sobre sus vidas y ya no enviaban fotos, ni cartas, ya no tenían esperanza, ni ellos ni la madre, que cambió la mercería por otro negocio, que buscó denodadamente cómo sacar a sus hijos adelante, sola, muy sola, con sus pequeños testigos de corazones rotos. 

A veces, volvía a las andadas y les proponía irse a Australia, pues allí las mujeres tenían las puertas abiertas, entonces, de nuevo sacaba el atlas y ellos sonreían dulcemente, ahora podrían ir en avión quizá, mas ligeros de equipaje...

¿Cuándo se deshizo el encanto?, ¿Cuándo quiso olvidar lo inolvidable?, ¿Qué pasó muy dentro de él que rompió su pasado en mil pedazos que nunca más volverían  a unirse?, los días siguieron pasando y con ellos los meses y los años, como pesados lastres que el tiempo fue desgastando con su continuo fluir sin ruido, sin señales, inexorable...


2 comentarios:

  1. Cuando estudiaba, mi amigo José Luis me contó su historia y se parecía mucho a la que describes. La diferencia es que él sabía que cada mes su madre recibía dinero, suficiente como para ir tirando en su casa. Hoy es médico y ya no sé qué habrá pasado después porque hace muchos años que no nos relacionamos. Un beso

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Antes que nada, gracias Antonio por dejar tu comentario en mi blog. Supongo que en esta España nuestra habrán millones de historias como esta, por desgracia cada vez más, por los tiempos convulsos que atravesamos y que queremos atrapar para nosotros sin reparar apenas en el lastre que vamos dejando. Un beso para ti también.

      Eliminar

Gracias por tu visita.